miércoles, 28 de noviembre de 2018

Como globo desinflado

Hoy desperté bien. Un día normal. En los últimos días me deslindé de algunas cosas que me estresaban y ayer me sentía relajada y contenta. Aunque me desperté en la madrugada por un sueño de escuchar a mi hija gritando, después de orar logré dormir un poco.

Mi marido llevó a mi hija a la escuela. Regresó y desayunamos. Todo iba bien.

De pronto y de la nada, sentada frente a mi computadora, tratando de trabajar, empecé a sentir el peso de la depresión. Llegó como la neblina que baja por la montaña junto con el frío, haciéndose más densa y pesada, hasta abrumarme por completo.

Así, de la nada, me dieron ganas de llorar. Sentí frío y sueño. Y por un par de horas no pude hacer nada, así que me tomé unos minutos -no sé cuántos- para cerrar los ojos, acurrucada en mi sillón.

Conforme avanzó la tarde la neblina se levantó un poco y mejoró mi estado de ánimo. Pero el daño estaba hecho. La depresión arruinó mi día de trabajo. Y el saberme improductiva me hace sentir mal.

Tal vez un chocolate caliente me ayude a terminar este día y a descansar para empezar mañana con mejor ánimo...