jueves, 4 de abril de 2019

A un año del luto

Este mes es difícil para mí y mi familia.

Mi mamá falleció el 30 de abril, pero cumplía años el 8 de abril. Y yo solía visitarla en vacaciones de semana santa.

Este año no habrá cumpleaños ni viaje, pero sí habrá el recordatorio de que ella ya no está con nosotros...

Desde antes que empezara el mes sabía que sería duro, pero traté de concentrarme en otros asuntos y no dejarme llevar ni predisponerme anímicamente. Sin embargo, hoy se me juntó el período y ya no hubo más que hacer. Tan pronto se fueron mi marido y mi hija a la escuela y el trabajo, me sobrevino una sensación de opresión en el pecho que me fue invadiendo y enfriando. Tuve que salir de la casa a caminar y distraerme porque me estaba costando trabajo respirar.

Ni hablar. Es parte del proceso. Pero extraño a mi mamá, y estoy segura que este mes tendré más pretextos para escribir en este blog, pues seguramente habrá varios días de altibajos. Espero que sean más altos que bajos.

viernes, 15 de febrero de 2019

Depresión y alimentación

Somos lo que comemos, reza el dicho. Y esto aplica también para el tema emocional.

Hace unos días empecé una dieta con nutriólogo, pues tengo algunos kilos de más que no consigo bajar aunque deje de comer azúcar y haga ejercicio. Finalmente, opté por ir con un especialista y, de ser necesario, hacerme estudios para determinar si hay otros factores (como niveles de colesterol, glucosa en la sangre o algún tema hormonal o endócrino) que impidan que baje de peso.

Mi hija me acompañó. Empezamos bien y motivadas desde el sábado pasado, aunque el domingo y el lunes tuvimos mucha hambre, para el miércoles ya habíamos controlado esa parte. 

Sin embargo, yo estuve deprimida lunes y martes. Y me llamó la atención que mi hija también. Sí, es cierto que las dos tenemos tendencia a deprimirnos constantemente, pero había algo más en el ambiente que nuestra mera afinidad a la depresión. Era como si algo nos faltara... ¿sería toda esa comida que se nos antojaba y no podíamos comer lo que nos provocaba el bajón anímico?

Para el miércoles en la tarde, ya las dos estábamos mejor. Lo que me lleva a pensar en la conexión entre lo que comemos y la forma en que nos sentimos.

Y de hecho, no creo estar tan equivocada. El Dr. David Perlmutter en su libro "Cerebro de pan" dedica todo un capítulo a exponer cómo algunos ingredientes o componentes en los alimentos, como el gluten y el azúcar, elevan las posibilidades de padecer depresión. El dr. Perlmutter expone casos de pacientes a los que les cambia la dieta y cómo eso influye positivamente en el estado de ánimo de los pacientes.

En nuestro caso, tal vez la ausencia de ciertas sustancias a las que estábamos acostumbradas nos generó esa sensación de vacío, ese hueco en el estómago que se tradujo en un frío emocional. Y es que, por ejemplo, yo tuve frío esos días y no podía comer miel, chocolate o mantequilla de maní, cosas que siempre se me antojan cuando baja la temperatura ambiental.

Tal vez la idea de tener que repetir alimentos y comer cosas que no se nos antojaban, que no queríamos comer, pero que era lo único que podíamos comer, se tornó gris y aburrida. Y quienes padecemos de depresión sabemos que la rutina gris y aburrida es como una resbaladilla hacia la alberca de los sentimientos tristes y azules.

Tampoco ayuda mucho que esta primera semana no tengamos permitido comer chocolate o nueces, alimentos que ayudan a elevar los niveles de serotonina.

En fin, mañana tenemos la revisión semanal. Espero que el sacrificio haya valido la pena (mi báscula dice que sí pero las básculas de los consultorios siempre dicen cosas distintas).

Mientras tanto, si ustedes son de los que padecen depresión, les dejo algunos consejos de cambios en su alimentación que pueden ayudarles a mejorar el estado de ánimo. A mí me funcionan... la mayoría de las veces.

1. Lo prohibido
Eviten comer carbohidratos, almidones y azúcares, pues elevan el nivel de la glucosa en la sangre, provocando golpes de insulina alta seguidos de bajones de energía, que evidentemente conducen a bajones anímicos.
Es decir, eviten comer harinas, pasteles, pastelillos, galletas, papas, camotes, arroz, pastas, merengues, jugos industrializados, refrescos... En la medida de lo posible, reduzcan el consumo de estos alimentos a un antojo ocasional y en bajas cantidades.

2. Lo recomendado
De todos es sabido que las verduras y vegetales verdes son altos en hierro y otros nutrientes, que de manera natural proveen al cuerpo con las vitaminas necesarias. Y en la mayoría de los casos, las vitaminas ayudan a mantener la estabilidad en el organismo, lo que permite un cierto balance emocional.
Lo mismo ocurre con el consumo de frutas. Son pura vitamina, solo hay que cuidar no ingerir azúcar de más pues recordemos que la mayoría de las frutas son altas en azúcar. La diferencia (la gran diferencia) entre las frutas y los caramelos o pastelillos, es que el azúcar de la fruta tarda más en procesarse en el cuerpo, mientras que el azúcar refinada que se usa en galletas, panes y dulces, o el azúcar que se produce resultado de los almidones (como la papa, pasta y arroz) llegan más rápido a las venas, generan un golpe de glucosa que se termina pronto y luego provocan bajones de insulina que se traducen en frío corporal y cambios de ánimo negativos.
También es recomendable comer semillas y nueces -como cacahuates, nuez de la india, almendras, pistaches, pepitas o semillas de girasol, ajonjolí, amaranto, nuez- las cuales ayudan a elevar los niveles de serotonina y a mejorar el estado de ánimo. Lo mismo ocurre con el chocolate oscuro o semi amargo, que tiene mayor cantidad de cacao y menor cantidad de azúcar y leche.

lunes, 7 de enero de 2019

Silencios...

Hace unos meses una tía se extrañó de que había pasado un tiempo sin saber de mí. En ese momento ella pasaba por circunstancias difíciles e interpretó que yo la estaba dejando de lado. Cuando finalmente hablamos, pude explicarle que yo estaba pasando también por varias cosas y que en ese momento lo único que yo quería era concentrarme en mis propios asuntos. Le dije que cuando yo me ausento o me aíslo es porque no me siento bien y necesito tiempo.

Escribo este post después de un tiempo porque los últimos meses de 2018 fueron un poco difíciles, estresantes y llenos de actividades. Necesitaba un descanso, un tiempo fuera. Al final, la influenza que pesqué a fin de año me dio varios días de descanso en cama, aunque no era así como esperaba pasar mis días de asueto.

En fin... ¿Se sienten identificados con esta sensación de querer escapar del mundo, aunque sea por un momento? No hablo de morir, hablo de simplemente desvanecerse para cobrar fuerzas y regresar cuando las aguas se hayan calmado.

O tal vez pueden pensar en alguna persona, un amigo o familiar, que ocasionalmente pase por este tipo de periodos de aislamiento. Les digo que si padecen algún tipo de depresión, o son propensos a deprimirse, estas ausencias son comunes y hasta necesarias.

Si ven que sus amigos o familiares se distancian, se aíslan y de pronto andan muy silenciosos, tal vez sea que en ese momento es cuando más necesitan de ustedes, pero no se los van a decir. Muchos no sabemos pedir ayuda. O no nos gusta hacerlo. Pero en el fondo, la mayoría necesitamos una mano amiga que nos ayude a salir del atorón, porque en ese momento no podemos hacerlo solos. Simplemente no tenemos las herramientas emocionales. Estamos asustados y buscamos algo de fuerza en lo más recóndito de nuestro ser, mientras pedimos un milagro para que todas las cosas a nuestro alrededor se solucionen...

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Como globo desinflado

Hoy desperté bien. Un día normal. En los últimos días me deslindé de algunas cosas que me estresaban y ayer me sentía relajada y contenta. Aunque me desperté en la madrugada por un sueño de escuchar a mi hija gritando, después de orar logré dormir un poco.

Mi marido llevó a mi hija a la escuela. Regresó y desayunamos. Todo iba bien.

De pronto y de la nada, sentada frente a mi computadora, tratando de trabajar, empecé a sentir el peso de la depresión. Llegó como la neblina que baja por la montaña junto con el frío, haciéndose más densa y pesada, hasta abrumarme por completo.

Así, de la nada, me dieron ganas de llorar. Sentí frío y sueño. Y por un par de horas no pude hacer nada, así que me tomé unos minutos -no sé cuántos- para cerrar los ojos, acurrucada en mi sillón.

Conforme avanzó la tarde la neblina se levantó un poco y mejoró mi estado de ánimo. Pero el daño estaba hecho. La depresión arruinó mi día de trabajo. Y el saberme improductiva me hace sentir mal.

Tal vez un chocolate caliente me ayude a terminar este día y a descansar para empezar mañana con mejor ánimo...

jueves, 25 de octubre de 2018

Depresión marital

Había leído y escuchado hablar sobre el desgaste de las mujeres casadas contra las solteras. Es mucho mayor. Es de esos datos que uno lee y piensa: "OK, interesante", pero en realidad no se tiene conciencia de lo que hay detrás del dato; es solo una cifra, una estadística.

Hoy ya sé que verdaderamente las mujeres casadas tenemos un mayor nivel de estrés y cansancio -y más si somos madres de familia. Y es que eso de tener que atender marido, hijos, mascotas (si es que se tienen), asuntos de la casa, hacer la comida, atender que la señora de la limpieza haga bien su trabajo y encima hacer mi propio trabajo implica desgastantes y largas jornadas.

Y si esto es realidad para todas las mujeres casadas, es aún peor para quienes sufrimos algún nivel de depresión. (Ahora te entiendo mejor, hermana.)

Antes de venir a vivir con mi pareja estaba sola con mi hija. La señora de la limpieza solo iba tres veces a la semana y en ocasiones no veía a mi novio los fines de semana, lo que me daba la oportunidad de descansar y recargar pilas. Incluso había días en los que no me bañaba si no estaba de ánimos (no muy seguido, pero un par de veces al mes, tal vez) y no me preocupaba porque sabía que mi marido no me vería desaliñada y deprimida. 

Hoy, casi se cumplen tres meses de mi vida en pareja, en familia. Y me siento desanimada.

No, no he tenido problemas de pareja. No, no tengo motivos específicos. Simplemente me siento cansada, desgastada, anímicamente decaída y con muchas ganas de hacer nada.

Y es que desde que llegué aquí realmente no he tenido la oportunidad de dejarme ir sin hacer nada, como hacía ocasionalmente cuando estaba triste. Aquí todos los días hay gente, tengo a mi suegra en la planta baja (y de alguna forma me toca estar pendiente de ella, que ya tiene demencia senil), la señora de la limpieza viene casi diario y los momentos que podría estar sola tengo que aprovechar para trabajar.

Ahora tengo que procurar no solo a mi hija, sino a mi marido, y eso implica tratar de que me vea bien. Por lo menos que me vea bañada todos los días... aún cuando yo no me sienta de ánimos para hacerlo.

Siento que estoy forzándome a hacer las cosas. Y no es que no esté contenta; no es que no quiera la vida de casada. Es solo que verdaderamente implica mayores esfuerzos y cuando hay desgaste físico y emocional, entonces la depresión se abre camino con más facilidad. Es como cuando la gripe encuentra un cuerpo con las defensas bajas y aprovecha la oportunidad. Es exactamente lo mismo, pero emocionalmente.

Y aquí estoy, escribiendo estas líneas, tratando de desahogarme para deshacerme de lo que me acongoja. Forzándome cada día a hacer cosas que no quiero hacer, como levantarme, bañarme, trabajar, salir de la casa y hasta sonreír.

Solo quiero unas vacaciones...

miércoles, 17 de octubre de 2018

Depresión post-viaje

Aquí estoy, ya de regreso después de un viaje de una semana. Un viaje lleno de experiencias maravillosas y vistas memorables. Un viaje muy cansado pero productivo. Una oportunidad única que aproveché hasta el último momento. Pero hoy, tres días después de estar en casa, me siento cansada, con mucho sueño y ojos pesados... me siento depre sin razón.

Solo alcanzo a suponer que me siento así como resultado del estrés del viaje. Después de llegar a casa pude relajarme finalmente y es como si al irse el estrés me viniera encima el peso de todas las emociones que sentí, positivas y negativas.

No tengo más que agregar. En realidad no hay un motivo, pero amanecí cansada, con mucho sueño y triste. Deprimida. Y tengo tantas cosas que hacer y tanto trabajo que me agobia la idea de tener que ponerme al día. Pero cuando se está así difícilmente se puede avanzar paso a pasito...

Como sea, hoy logré sacar tres traducciones para cumplir con mi trabajo. Cosa de nada. Pero quienes viven con depresión saben que esto es ya un logro.

Espero que mañana sea un mejor día.

domingo, 7 de octubre de 2018

Ansiedad

Hoy no amanecí triste, sino ansiosa. Muy ansiosa. Mañana tengo que salir de viaje una semana y cada vez que lo hago me entra la ansiedad y el nerviosismo. ¿Por qué escribo esto en este blog? Pues porque de alguna forma la ansiedad mal manejada es una ladera de bajada hacia la depresión.

Ahora lo sé. Ya me tomé una cucharada de pasiflora y pude avanzar con algunas cosas, luego estuve un rato apapachando a mi hija, y luego tuve que retomar actividades porque no quiero dejar pendientes. Y entonces nuevamente fluyó la ansiedad por mis venas.

No, no me pone triste. Me estresa, me pone de malas, me siento nerviosa y un tanto asfixiada. No es nada grato.

No sé cómo le hace la gente que viaja con frecuencia para ausentarse de su casa y su familia sin sentirse culpable. Y no, no es que me sienta culpable por ir de viaje. Es que por un lado no disfruto el turismo solitario, pensando en mi hija y mi pareja, o en mi hermana, mi familia... pero por otro lado siento que me ausento muchos días. Y siempre me pesa mucho dejar a mi hija, en medio de la crisis emocional que ella vive. Es angustiante escucharla hablar todo el tiempo del suicidio y las pocas ganas de vivir que tiene y luego tener que irme. 

No señores. No es posible irse tranquilo. Siempre deja uno el alma en la casa, con el pendiente de que nada suceda. No me queda más que confiar en Dios y en que Él cuidará de mi hija durante mi ausencia, porque no hay nada más que yo pueda hacer... :(

lunes, 1 de octubre de 2018

Triste sin motivo

Ayer fue uno de esos días en los que me sentí triste todo el día, con la sensación de llanto reprimido en los ojos. Y la verdad es que no había un motivo.

Sí, extraño a mi mamá, que falleció hace unos meses. Pero ayer no era el luto lo que me tenía así. Es cierto que cuando mi hija pasa el fin de semana con alguna amiga la extraño mucho, pero eso no era para tanto como para tenerme triste.

Incluso en la mañana fui a una nueva iglesia, porque desde que me mudé con mi pareja no había ido a la iglesia y buscando un domicilio -que no hallé- encontré Casa de Pan, entré y me agradó. Me sentí bien de volver a escuchar una prédica.

En realidad no había motivos, pero todo el día me sentí con ganas de llorar...

Eso es la distimia. Gracias a Dios que ahora lo sé. Antes me la pasaba hallando razones para mi tristeza, y obvio, las encontraba. Y al tener una razón para sentirme triste, me seguía con esa sensación hasta que me inundaba por completo, hasta deprimirme.

Hoy ya sé que hay días en los que estaré triste sin motivo. Y ya no me esfuerzo por buscar una razón por la que estoy triste. Reconozco que es mi padecimiento y simplemente lo dejo fluir. Y al hacer eso, le quito fuerza y le quito el poder que tiene sobre mí.

Desde que me diagnosticaron la distimia, estos episodios no suelen durar más de un día. Generalmente me voy a la cama y al día siguiente amanezco mejor. Pero antes, me iba a la cama pensando en todo lo que me tenía triste y al día siguiente amanecía peor...

Hoy es un mejor día. Mañana, ya veremos.

sábado, 29 de septiembre de 2018

Ella... la Depresión.

La depresión en mi familia tiene nombre y apellido.

Ha acompañado principalmente a las mujeres de mi familia desde hace varias generaciones. No es solo un trastorno psicológico; genéticamente, algunas personas tenemos algo mal en la química de nuestro cerebro que nos hace más propensas a caer en depresión.

Como el dilema del qué fue primero, el huevo o la gallina, la historia familiar está salpicada de anécdotas sobre las decisiones que tomaron las mujeres de mi familia, decisiones que al día de hoy no podría decir con certeza si fueron consecuencia de momentos de depresión, o si estas decisiones provocaron los episodios depresivos. ¿Qué habrá sido primero? ¿La depresión o las decisiones que marcaron la vida de cada una de estas mujeres? Como un círculo vicioso, lo uno llevó a lo otro en una espiral sin fin que fue arrastrando a mi familia a un escenario enfermizo y complicado en el que las mujeres de hoy tratamos de sobrevivir.

Si mi hermana y yo hubiésemos tenido las herramientas para reconocer y enfrentar la depresión desde que éramos niñas, nuestra vida (y la de nuestros hijos y parejas) habría sido muy distinta. Pero fuimos diagnosticadas muy tarde, cerca de la cuarta década, ya con nuestra vida construida, con muchas decisiones tomadas que marcaron nuestro rumbo y con una serie de daños colaterales para quienes nos rodean.

Cabe destacar que somos una familia de fuertes creencias religiosas pero, contrario a lo que se predica en las iglesias, muchas veces la fe no es suficiente para enfrentar la depresión clínica. No porque Dios no tenga poder contra este padecimiento, sino porque el enfermo está tan metido en su tristeza que no es capaz de experimentar el gozo de la vida cristiana. (En mi caso, en ocasiones despertaba tan triste sin motivo, que me cuestionaba qué era lo que me tenía triste, y por supuesto que encontraba alguna razón de la cual me enganchaba y me dejaba ir con todo hasta sumirme en depresión profunda.)

Me pregunto qué tan distinta hubiera sido la historia familiar si mi mamá y mis tías se hubiesen atendido psicológicamente, si mi abuelita lo hubiera hecho, si mi bisabuela hubiera buscado ayuda profesional... y no sé cuántas generaciones más atrás tendría que cuestionar hasta llegar a la raíz de lo que hoy en día ya no es solo un desajuste emocional, sino una verdadera enfermedad que, en algunos miembros familiares, requiere la toma de medicamentos para contrarrestar los químicos del cerebro que evitan la producción de serotonina y lo programan para no encontrar placer sino en los momentos depresivos, tristes, melancólicos o dolorosos. Un placer morboso, sí, pero para algunas de nosotras, la única forma de "disfrute" que conocimos durante meses... o años.

Cuando se ha vivido tanto tiempo bajo la dominancia de los químicos de la tristeza y la melancolía en el cerebro es muy difícil hallar goce en las cosas simples de la vida, es muy difícil reconocer lo bueno y disfrutarlo, y casi es imposible recibir cariño sin que un mecanismo de auto sabotaje nos haga sentir mal por sentirnos bien.

Solo quienes viven o han vivido estas circunstancias podrán entenderlo. Tal vez ni siquiera los que viven cerca de alguien con depresión lo pueden entender bien. Y lo digo yo, que por un lado he vivido con distimia toda mi vida (una condición psicológica en la que el paciente vive con nostalgia y propensión a episodios depresivos) pero por otro lado tengo a dos mujeres en mi familia muy cercanas, a las que quiero con toda mi alma, que padecen una depresión más severa; a pesar de comprender lo que están pasando, no termino de entender muchas veces sus reacciones o lo que pasa por sus cabecitas, o la forma en que manejan sus emociones. Se me escapa de las manos como agua corriente, a pesar de lo cercana que estoy de ellas y de lo que yo misma he vivido.

Es por eso que creamos este blog, con la intención de escribirlo a varias manos. Cada una de las personas que participamos en este blog escribirá sobre sus propias experiencias, desde su muy particular punto de vista. Esperamos que las narraciones ayuden a los lectores a comprender un poco sobre la distorsionada percepción de la vida que tenemos quienes sufrimos algún tipo de depresión.

Son bienvenidos todos los comentarios o anécdotas que puedan complementar o enriquecer las ideas expuestas, siempre con la intención de ayudar, de dar argumentos de aliento y mejora, o de desahogarse a modo de catarsis para salir avante en esta lucha diaria contra ese monstruoso enemigo invisible que tanto daño produce y tantas vidas se cobra.

Hablemos juntos. Escribamos. Permanezcamos vivos. Unámonos en esta lucha. No estamos solos.