lunes, 1 de octubre de 2018

Triste sin motivo

Ayer fue uno de esos días en los que me sentí triste todo el día, con la sensación de llanto reprimido en los ojos. Y la verdad es que no había un motivo.

Sí, extraño a mi mamá, que falleció hace unos meses. Pero ayer no era el luto lo que me tenía así. Es cierto que cuando mi hija pasa el fin de semana con alguna amiga la extraño mucho, pero eso no era para tanto como para tenerme triste.

Incluso en la mañana fui a una nueva iglesia, porque desde que me mudé con mi pareja no había ido a la iglesia y buscando un domicilio -que no hallé- encontré Casa de Pan, entré y me agradó. Me sentí bien de volver a escuchar una prédica.

En realidad no había motivos, pero todo el día me sentí con ganas de llorar...

Eso es la distimia. Gracias a Dios que ahora lo sé. Antes me la pasaba hallando razones para mi tristeza, y obvio, las encontraba. Y al tener una razón para sentirme triste, me seguía con esa sensación hasta que me inundaba por completo, hasta deprimirme.

Hoy ya sé que hay días en los que estaré triste sin motivo. Y ya no me esfuerzo por buscar una razón por la que estoy triste. Reconozco que es mi padecimiento y simplemente lo dejo fluir. Y al hacer eso, le quito fuerza y le quito el poder que tiene sobre mí.

Desde que me diagnosticaron la distimia, estos episodios no suelen durar más de un día. Generalmente me voy a la cama y al día siguiente amanezco mejor. Pero antes, me iba a la cama pensando en todo lo que me tenía triste y al día siguiente amanecía peor...

Hoy es un mejor día. Mañana, ya veremos.

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