Hoy no amanecí triste, sino ansiosa. Muy ansiosa. Mañana tengo que salir de viaje una semana y cada vez que lo hago me entra la ansiedad y el nerviosismo. ¿Por qué escribo esto en este blog? Pues porque de alguna forma la ansiedad mal manejada es una ladera de bajada hacia la depresión.
Ahora lo sé. Ya me tomé una cucharada de pasiflora y pude avanzar con algunas cosas, luego estuve un rato apapachando a mi hija, y luego tuve que retomar actividades porque no quiero dejar pendientes. Y entonces nuevamente fluyó la ansiedad por mis venas.
No, no me pone triste. Me estresa, me pone de malas, me siento nerviosa y un tanto asfixiada. No es nada grato.
No sé cómo le hace la gente que viaja con frecuencia para ausentarse de su casa y su familia sin sentirse culpable. Y no, no es que me sienta culpable por ir de viaje. Es que por un lado no disfruto el turismo solitario, pensando en mi hija y mi pareja, o en mi hermana, mi familia... pero por otro lado siento que me ausento muchos días. Y siempre me pesa mucho dejar a mi hija, en medio de la crisis emocional que ella vive. Es angustiante escucharla hablar todo el tiempo del suicidio y las pocas ganas de vivir que tiene y luego tener que irme.
No señores. No es posible irse tranquilo. Siempre deja uno el alma en la casa, con el pendiente de que nada suceda. No me queda más que confiar en Dios y en que Él cuidará de mi hija durante mi ausencia, porque no hay nada más que yo pueda hacer... :(
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