sábado, 29 de septiembre de 2018

Ella... la Depresión.

La depresión en mi familia tiene nombre y apellido.

Ha acompañado principalmente a las mujeres de mi familia desde hace varias generaciones. No es solo un trastorno psicológico; genéticamente, algunas personas tenemos algo mal en la química de nuestro cerebro que nos hace más propensas a caer en depresión.

Como el dilema del qué fue primero, el huevo o la gallina, la historia familiar está salpicada de anécdotas sobre las decisiones que tomaron las mujeres de mi familia, decisiones que al día de hoy no podría decir con certeza si fueron consecuencia de momentos de depresión, o si estas decisiones provocaron los episodios depresivos. ¿Qué habrá sido primero? ¿La depresión o las decisiones que marcaron la vida de cada una de estas mujeres? Como un círculo vicioso, lo uno llevó a lo otro en una espiral sin fin que fue arrastrando a mi familia a un escenario enfermizo y complicado en el que las mujeres de hoy tratamos de sobrevivir.

Si mi hermana y yo hubiésemos tenido las herramientas para reconocer y enfrentar la depresión desde que éramos niñas, nuestra vida (y la de nuestros hijos y parejas) habría sido muy distinta. Pero fuimos diagnosticadas muy tarde, cerca de la cuarta década, ya con nuestra vida construida, con muchas decisiones tomadas que marcaron nuestro rumbo y con una serie de daños colaterales para quienes nos rodean.

Cabe destacar que somos una familia de fuertes creencias religiosas pero, contrario a lo que se predica en las iglesias, muchas veces la fe no es suficiente para enfrentar la depresión clínica. No porque Dios no tenga poder contra este padecimiento, sino porque el enfermo está tan metido en su tristeza que no es capaz de experimentar el gozo de la vida cristiana. (En mi caso, en ocasiones despertaba tan triste sin motivo, que me cuestionaba qué era lo que me tenía triste, y por supuesto que encontraba alguna razón de la cual me enganchaba y me dejaba ir con todo hasta sumirme en depresión profunda.)

Me pregunto qué tan distinta hubiera sido la historia familiar si mi mamá y mis tías se hubiesen atendido psicológicamente, si mi abuelita lo hubiera hecho, si mi bisabuela hubiera buscado ayuda profesional... y no sé cuántas generaciones más atrás tendría que cuestionar hasta llegar a la raíz de lo que hoy en día ya no es solo un desajuste emocional, sino una verdadera enfermedad que, en algunos miembros familiares, requiere la toma de medicamentos para contrarrestar los químicos del cerebro que evitan la producción de serotonina y lo programan para no encontrar placer sino en los momentos depresivos, tristes, melancólicos o dolorosos. Un placer morboso, sí, pero para algunas de nosotras, la única forma de "disfrute" que conocimos durante meses... o años.

Cuando se ha vivido tanto tiempo bajo la dominancia de los químicos de la tristeza y la melancolía en el cerebro es muy difícil hallar goce en las cosas simples de la vida, es muy difícil reconocer lo bueno y disfrutarlo, y casi es imposible recibir cariño sin que un mecanismo de auto sabotaje nos haga sentir mal por sentirnos bien.

Solo quienes viven o han vivido estas circunstancias podrán entenderlo. Tal vez ni siquiera los que viven cerca de alguien con depresión lo pueden entender bien. Y lo digo yo, que por un lado he vivido con distimia toda mi vida (una condición psicológica en la que el paciente vive con nostalgia y propensión a episodios depresivos) pero por otro lado tengo a dos mujeres en mi familia muy cercanas, a las que quiero con toda mi alma, que padecen una depresión más severa; a pesar de comprender lo que están pasando, no termino de entender muchas veces sus reacciones o lo que pasa por sus cabecitas, o la forma en que manejan sus emociones. Se me escapa de las manos como agua corriente, a pesar de lo cercana que estoy de ellas y de lo que yo misma he vivido.

Es por eso que creamos este blog, con la intención de escribirlo a varias manos. Cada una de las personas que participamos en este blog escribirá sobre sus propias experiencias, desde su muy particular punto de vista. Esperamos que las narraciones ayuden a los lectores a comprender un poco sobre la distorsionada percepción de la vida que tenemos quienes sufrimos algún tipo de depresión.

Son bienvenidos todos los comentarios o anécdotas que puedan complementar o enriquecer las ideas expuestas, siempre con la intención de ayudar, de dar argumentos de aliento y mejora, o de desahogarse a modo de catarsis para salir avante en esta lucha diaria contra ese monstruoso enemigo invisible que tanto daño produce y tantas vidas se cobra.

Hablemos juntos. Escribamos. Permanezcamos vivos. Unámonos en esta lucha. No estamos solos.