miércoles, 28 de noviembre de 2018

Como globo desinflado

Hoy desperté bien. Un día normal. En los últimos días me deslindé de algunas cosas que me estresaban y ayer me sentía relajada y contenta. Aunque me desperté en la madrugada por un sueño de escuchar a mi hija gritando, después de orar logré dormir un poco.

Mi marido llevó a mi hija a la escuela. Regresó y desayunamos. Todo iba bien.

De pronto y de la nada, sentada frente a mi computadora, tratando de trabajar, empecé a sentir el peso de la depresión. Llegó como la neblina que baja por la montaña junto con el frío, haciéndose más densa y pesada, hasta abrumarme por completo.

Así, de la nada, me dieron ganas de llorar. Sentí frío y sueño. Y por un par de horas no pude hacer nada, así que me tomé unos minutos -no sé cuántos- para cerrar los ojos, acurrucada en mi sillón.

Conforme avanzó la tarde la neblina se levantó un poco y mejoró mi estado de ánimo. Pero el daño estaba hecho. La depresión arruinó mi día de trabajo. Y el saberme improductiva me hace sentir mal.

Tal vez un chocolate caliente me ayude a terminar este día y a descansar para empezar mañana con mejor ánimo...

jueves, 25 de octubre de 2018

Depresión marital

Había leído y escuchado hablar sobre el desgaste de las mujeres casadas contra las solteras. Es mucho mayor. Es de esos datos que uno lee y piensa: "OK, interesante", pero en realidad no se tiene conciencia de lo que hay detrás del dato; es solo una cifra, una estadística.

Hoy ya sé que verdaderamente las mujeres casadas tenemos un mayor nivel de estrés y cansancio -y más si somos madres de familia. Y es que eso de tener que atender marido, hijos, mascotas (si es que se tienen), asuntos de la casa, hacer la comida, atender que la señora de la limpieza haga bien su trabajo y encima hacer mi propio trabajo implica desgastantes y largas jornadas.

Y si esto es realidad para todas las mujeres casadas, es aún peor para quienes sufrimos algún nivel de depresión. (Ahora te entiendo mejor, hermana.)

Antes de venir a vivir con mi pareja estaba sola con mi hija. La señora de la limpieza solo iba tres veces a la semana y en ocasiones no veía a mi novio los fines de semana, lo que me daba la oportunidad de descansar y recargar pilas. Incluso había días en los que no me bañaba si no estaba de ánimos (no muy seguido, pero un par de veces al mes, tal vez) y no me preocupaba porque sabía que mi marido no me vería desaliñada y deprimida. 

Hoy, casi se cumplen tres meses de mi vida en pareja, en familia. Y me siento desanimada.

No, no he tenido problemas de pareja. No, no tengo motivos específicos. Simplemente me siento cansada, desgastada, anímicamente decaída y con muchas ganas de hacer nada.

Y es que desde que llegué aquí realmente no he tenido la oportunidad de dejarme ir sin hacer nada, como hacía ocasionalmente cuando estaba triste. Aquí todos los días hay gente, tengo a mi suegra en la planta baja (y de alguna forma me toca estar pendiente de ella, que ya tiene demencia senil), la señora de la limpieza viene casi diario y los momentos que podría estar sola tengo que aprovechar para trabajar.

Ahora tengo que procurar no solo a mi hija, sino a mi marido, y eso implica tratar de que me vea bien. Por lo menos que me vea bañada todos los días... aún cuando yo no me sienta de ánimos para hacerlo.

Siento que estoy forzándome a hacer las cosas. Y no es que no esté contenta; no es que no quiera la vida de casada. Es solo que verdaderamente implica mayores esfuerzos y cuando hay desgaste físico y emocional, entonces la depresión se abre camino con más facilidad. Es como cuando la gripe encuentra un cuerpo con las defensas bajas y aprovecha la oportunidad. Es exactamente lo mismo, pero emocionalmente.

Y aquí estoy, escribiendo estas líneas, tratando de desahogarme para deshacerme de lo que me acongoja. Forzándome cada día a hacer cosas que no quiero hacer, como levantarme, bañarme, trabajar, salir de la casa y hasta sonreír.

Solo quiero unas vacaciones...

miércoles, 17 de octubre de 2018

Depresión post-viaje

Aquí estoy, ya de regreso después de un viaje de una semana. Un viaje lleno de experiencias maravillosas y vistas memorables. Un viaje muy cansado pero productivo. Una oportunidad única que aproveché hasta el último momento. Pero hoy, tres días después de estar en casa, me siento cansada, con mucho sueño y ojos pesados... me siento depre sin razón.

Solo alcanzo a suponer que me siento así como resultado del estrés del viaje. Después de llegar a casa pude relajarme finalmente y es como si al irse el estrés me viniera encima el peso de todas las emociones que sentí, positivas y negativas.

No tengo más que agregar. En realidad no hay un motivo, pero amanecí cansada, con mucho sueño y triste. Deprimida. Y tengo tantas cosas que hacer y tanto trabajo que me agobia la idea de tener que ponerme al día. Pero cuando se está así difícilmente se puede avanzar paso a pasito...

Como sea, hoy logré sacar tres traducciones para cumplir con mi trabajo. Cosa de nada. Pero quienes viven con depresión saben que esto es ya un logro.

Espero que mañana sea un mejor día.

domingo, 7 de octubre de 2018

Ansiedad

Hoy no amanecí triste, sino ansiosa. Muy ansiosa. Mañana tengo que salir de viaje una semana y cada vez que lo hago me entra la ansiedad y el nerviosismo. ¿Por qué escribo esto en este blog? Pues porque de alguna forma la ansiedad mal manejada es una ladera de bajada hacia la depresión.

Ahora lo sé. Ya me tomé una cucharada de pasiflora y pude avanzar con algunas cosas, luego estuve un rato apapachando a mi hija, y luego tuve que retomar actividades porque no quiero dejar pendientes. Y entonces nuevamente fluyó la ansiedad por mis venas.

No, no me pone triste. Me estresa, me pone de malas, me siento nerviosa y un tanto asfixiada. No es nada grato.

No sé cómo le hace la gente que viaja con frecuencia para ausentarse de su casa y su familia sin sentirse culpable. Y no, no es que me sienta culpable por ir de viaje. Es que por un lado no disfruto el turismo solitario, pensando en mi hija y mi pareja, o en mi hermana, mi familia... pero por otro lado siento que me ausento muchos días. Y siempre me pesa mucho dejar a mi hija, en medio de la crisis emocional que ella vive. Es angustiante escucharla hablar todo el tiempo del suicidio y las pocas ganas de vivir que tiene y luego tener que irme. 

No señores. No es posible irse tranquilo. Siempre deja uno el alma en la casa, con el pendiente de que nada suceda. No me queda más que confiar en Dios y en que Él cuidará de mi hija durante mi ausencia, porque no hay nada más que yo pueda hacer... :(

lunes, 1 de octubre de 2018

Triste sin motivo

Ayer fue uno de esos días en los que me sentí triste todo el día, con la sensación de llanto reprimido en los ojos. Y la verdad es que no había un motivo.

Sí, extraño a mi mamá, que falleció hace unos meses. Pero ayer no era el luto lo que me tenía así. Es cierto que cuando mi hija pasa el fin de semana con alguna amiga la extraño mucho, pero eso no era para tanto como para tenerme triste.

Incluso en la mañana fui a una nueva iglesia, porque desde que me mudé con mi pareja no había ido a la iglesia y buscando un domicilio -que no hallé- encontré Casa de Pan, entré y me agradó. Me sentí bien de volver a escuchar una prédica.

En realidad no había motivos, pero todo el día me sentí con ganas de llorar...

Eso es la distimia. Gracias a Dios que ahora lo sé. Antes me la pasaba hallando razones para mi tristeza, y obvio, las encontraba. Y al tener una razón para sentirme triste, me seguía con esa sensación hasta que me inundaba por completo, hasta deprimirme.

Hoy ya sé que hay días en los que estaré triste sin motivo. Y ya no me esfuerzo por buscar una razón por la que estoy triste. Reconozco que es mi padecimiento y simplemente lo dejo fluir. Y al hacer eso, le quito fuerza y le quito el poder que tiene sobre mí.

Desde que me diagnosticaron la distimia, estos episodios no suelen durar más de un día. Generalmente me voy a la cama y al día siguiente amanezco mejor. Pero antes, me iba a la cama pensando en todo lo que me tenía triste y al día siguiente amanecía peor...

Hoy es un mejor día. Mañana, ya veremos.

sábado, 29 de septiembre de 2018

Ella... la Depresión.

La depresión en mi familia tiene nombre y apellido.

Ha acompañado principalmente a las mujeres de mi familia desde hace varias generaciones. No es solo un trastorno psicológico; genéticamente, algunas personas tenemos algo mal en la química de nuestro cerebro que nos hace más propensas a caer en depresión.

Como el dilema del qué fue primero, el huevo o la gallina, la historia familiar está salpicada de anécdotas sobre las decisiones que tomaron las mujeres de mi familia, decisiones que al día de hoy no podría decir con certeza si fueron consecuencia de momentos de depresión, o si estas decisiones provocaron los episodios depresivos. ¿Qué habrá sido primero? ¿La depresión o las decisiones que marcaron la vida de cada una de estas mujeres? Como un círculo vicioso, lo uno llevó a lo otro en una espiral sin fin que fue arrastrando a mi familia a un escenario enfermizo y complicado en el que las mujeres de hoy tratamos de sobrevivir.

Si mi hermana y yo hubiésemos tenido las herramientas para reconocer y enfrentar la depresión desde que éramos niñas, nuestra vida (y la de nuestros hijos y parejas) habría sido muy distinta. Pero fuimos diagnosticadas muy tarde, cerca de la cuarta década, ya con nuestra vida construida, con muchas decisiones tomadas que marcaron nuestro rumbo y con una serie de daños colaterales para quienes nos rodean.

Cabe destacar que somos una familia de fuertes creencias religiosas pero, contrario a lo que se predica en las iglesias, muchas veces la fe no es suficiente para enfrentar la depresión clínica. No porque Dios no tenga poder contra este padecimiento, sino porque el enfermo está tan metido en su tristeza que no es capaz de experimentar el gozo de la vida cristiana. (En mi caso, en ocasiones despertaba tan triste sin motivo, que me cuestionaba qué era lo que me tenía triste, y por supuesto que encontraba alguna razón de la cual me enganchaba y me dejaba ir con todo hasta sumirme en depresión profunda.)

Me pregunto qué tan distinta hubiera sido la historia familiar si mi mamá y mis tías se hubiesen atendido psicológicamente, si mi abuelita lo hubiera hecho, si mi bisabuela hubiera buscado ayuda profesional... y no sé cuántas generaciones más atrás tendría que cuestionar hasta llegar a la raíz de lo que hoy en día ya no es solo un desajuste emocional, sino una verdadera enfermedad que, en algunos miembros familiares, requiere la toma de medicamentos para contrarrestar los químicos del cerebro que evitan la producción de serotonina y lo programan para no encontrar placer sino en los momentos depresivos, tristes, melancólicos o dolorosos. Un placer morboso, sí, pero para algunas de nosotras, la única forma de "disfrute" que conocimos durante meses... o años.

Cuando se ha vivido tanto tiempo bajo la dominancia de los químicos de la tristeza y la melancolía en el cerebro es muy difícil hallar goce en las cosas simples de la vida, es muy difícil reconocer lo bueno y disfrutarlo, y casi es imposible recibir cariño sin que un mecanismo de auto sabotaje nos haga sentir mal por sentirnos bien.

Solo quienes viven o han vivido estas circunstancias podrán entenderlo. Tal vez ni siquiera los que viven cerca de alguien con depresión lo pueden entender bien. Y lo digo yo, que por un lado he vivido con distimia toda mi vida (una condición psicológica en la que el paciente vive con nostalgia y propensión a episodios depresivos) pero por otro lado tengo a dos mujeres en mi familia muy cercanas, a las que quiero con toda mi alma, que padecen una depresión más severa; a pesar de comprender lo que están pasando, no termino de entender muchas veces sus reacciones o lo que pasa por sus cabecitas, o la forma en que manejan sus emociones. Se me escapa de las manos como agua corriente, a pesar de lo cercana que estoy de ellas y de lo que yo misma he vivido.

Es por eso que creamos este blog, con la intención de escribirlo a varias manos. Cada una de las personas que participamos en este blog escribirá sobre sus propias experiencias, desde su muy particular punto de vista. Esperamos que las narraciones ayuden a los lectores a comprender un poco sobre la distorsionada percepción de la vida que tenemos quienes sufrimos algún tipo de depresión.

Son bienvenidos todos los comentarios o anécdotas que puedan complementar o enriquecer las ideas expuestas, siempre con la intención de ayudar, de dar argumentos de aliento y mejora, o de desahogarse a modo de catarsis para salir avante en esta lucha diaria contra ese monstruoso enemigo invisible que tanto daño produce y tantas vidas se cobra.

Hablemos juntos. Escribamos. Permanezcamos vivos. Unámonos en esta lucha. No estamos solos.